El manuscrito del libro de Carlos Muñoz
Aguilera lo leí por primera vez en un día de intensa lluvia, aquel repentino
temporal de mediados de abril que acabó con varias embarcaciones y devolvió al
Río Rapel a su porfiado encallamiento cerca del muelle Barón. En cierto modo
todo eso era premonitorio --como toda buena poesía-- acaso en el mismo momento
en que estaba leyendo el relato en versos sobre lo acontecido con ese buque en
el invierno pasado, el enorme casco negro garreaba ya al baile del temporal e
iba a estrellarse contra la arena y las rocas de la playa.
A mí el temporal me tuvo atrapado todo el día en casa de mi hermano Alejandro (gracias a quien este libro había llegado a mis manos), un departamento sobre una de las colinas de Viña del Mar desde donde me faltaba la vista de la bahía convulsionada por las olas y el viento; apenas tenía la breve visión de unos pocos árboles que mecían sus altas copas a los ramalazos de lluvia y las ráfagas de un temporal antiguo. Digo así porque esa era la forma en que lo recordaba desde más allá de mis 20 años de ausencia de un invierno porteño.
Pero si bien es cierto que me perdí esa anhelada visión de la bahía; el obligado encierro debido a la tempestad me regaló con la apasionante lectura de este libro del todo sorprendente.
La primera impresión fue la de encontrarme frente a un poeta mayor, a un payador de mucha experiencia. La maestría del estilo, los recursos poéticos, la expresividad del lenguaje, la exuberancia del léxico y muchos otros detalles técnicos con los cuales no quiero hacer alarde de erudición, simplemente recordarle al lector que llevo años metido en esto del análisis de nuestra poesía popular, me hablaban de alguien con mucha experiencia y --seguramente-- de casi avanzada edad. Es por eso que frente a dos o tres faltas de ortografía y a cuatro o cinco "caídas" de los versos (una sílaba de más o dos sílabas de menos) me dije: "lástima, seguramente este caballero no va a aceptar mis críticas y sugerencias.
Cual no sería mi asombro cuando al buscar al autor en su puesto de artesano en la chamuscada estación de ferrocarriles de Viña del Mar me salió al encuentro un hombre sorprendentemente joven.
Casi de inmediato me atreví a preguntarle si estaría de acuerdo en corregir esos
mínimos errores en el texto; con soltura me respondió con algo tan lógico y
sencillo que me "descolocó" (para emplear un término prestado del
lenguaje deportivo). "Mire, me dijo sonriendo, todos los textos ya están
impresos, el libro está listo, sólo falta su prólogo; aquí tengo la portada;
pero lo de los errores es lo de menos, lo que ocurre es que yo no canto los
poemas sino que los digo; no importa que falten o sobren sílabas. No se
notan."
Carlos Muñoz Aguilera es un auténtico heredero o continuador de payadores de la altura de Bernardino Guajardo o Abraham Jesús Brito o cualquiera de los poetas populares o "cultos" como Juan Rafael Allende, que escribieron en la noble y antigua disciplina de la Décima Espinela.
Con él se puede comprobar, una vez más que las aseveraciones de don Antonio Acevedo Hernández; repetidas más tarde por otros investigadores, en el sentido que la poesía popular había caído en definitiva decadencia, eran --por fortuna-- falsas. Lo iba a comprobar por esos años (inicio de los cincuenta) Violeta Parra al salir al campo y a la periferia de la ciudad de Santiago a encontrarse con doña Rosa Lorca, cantora y arregladora de angelitos, los payadores de guitarrón y los cantores de la Cruz de Mayo, y lo dejarían demostrado los poetas Diego Muñoz e Inés Valenzuela quienes, con la ayuda de la Universidad de Chile, organizaron el año 1954, un año antes del nacimiento de Carlos Muñoz Aguilera, el Primer Congreso de Poetas y Cantores Populares en la Casa Central de dicha Universidad.
Así pues, me siento honrado que por sugerencia de mi hermano Alejandro, los editores me hayan pedido prologar este bello libro. Luego de 20 años de ausencia de Chile pero habiendo --desde lejos-- dedicado mucho tiempo al estudio de nuestra poesía popular, heredera y continuadora del Romancero, hago mi entrada al quehacer cultural de mi ciudad, sacándome el sombrero gitano para saludar con una reverencia la graciosa y profunda poesía de mi colega Carlos Muñoz Aguilera.
Osvaldo Rodríguez Musso